Tres son los “dolores” simultáneos que sentimos, probablemente todos los padres del mundo ante cualquier error importante de nuestros hijos. Lo errores pueden ser muy variados, más o menos importantes, por equivocaciones o decisiones personales suyas, conscientes o no. Son tres los sentimientos que nos duelen. Suelen estar presentes siempre los tres, aunque cada uno puede tener más o menos fuerza según las circunstancias. Considero importante conocerlos porque esto nos puede ayudar a comprendernos, a llevar mejor los errores de nuestros hijos y a salir ganando, ellos y nosotros.
El primero es el dolor del “que dirán”. Tiene mucho que ver con nuestro ego o con el pudor que podemos sentir cuando los demás conocen lo que nosotros preferiríamos que no supieran. Es típico, por ejemplo, que no nos apetezca que todo el mundo sepa que nuestro hijo no haya superado los exámenes escolares.
El segundo es el dolor de “la culpa”. Es natural que los padres nos preguntemos qué hemos podido hacer mal para que las cosas vayan así, para que nuestros hijos hayan tomado tal o cual decisión personal que consideramos equivocada. Siguiendo con el ejemplo anterior, podríamos acabar preguntándonos si hemos seguido suficientemente bien de cerca sus tareas o sus estudios.
El tercero es el dolor “de amor”. Obviamente nos duele todo aquello que afecta a nuestros hijos. Por amor, porque queremos su bien, anhelamos que sean personas de bien y que les vayan razonablemente bien las cosas en la vida, que tengan éxito en todos sus exámenes, si seguimos con el mismo ejemplo.
Pero lo importante es recordar que muy seguramente todos los padres sentimos siempre los tres tipos de dolor ante un mismo problema; es probablemente inevitable, humano, sentir los tres a la vez. Es verdad que la intensidad de cada uno de ellos dependerá de muchas cosas como la gravedad o naturaleza del problema que lo causa, los aspectos socio-culturales de nuestro entorno, nuestra personalidad, nuestros valores personales o nuestra capacidad de reaccionar ante las adversidades de la vida. Pero los tres sentimientos suelen estar ahí en nuestro corazón de padre o de madre. En parte, nuestra capacidad de ayudar a los hijos en esos momentos dependerá de cómo afrontamos estos sentimientos, de cuál de ellos “domina” en nosotros. Así, si nos dejamos llevar por el dolor del “que dirán”, sin reaccionar, es poco probable que podamos ser de gran ayuda. En realidad, este dolor es quizás el más desenfocado de los tres si tenemos el objetivo de que nuestros hijos salgan adelante, porque no es de gran ayuda para resolver un problema. Por otro lado, dejarnos dominar por el dolor de “la culpa” tampoco es la solución, nos podría paralizar completamente a la hora de buscar soluciones al problema planteado. Por último, el dolor “de amor” es probablemente el más útil ya que por amor podemos superarnos para acompañar a nuestros hijos en su camino; para levantarse y seguir luchando si hiciera falta.
Estos tres dolores pueden aprovecharse para lograr crecer como padres. El dolor del “qué dirán” es una ocasión para aceptar nuestras limitaciones y crecer en humildad a la vez que es un recuerdo de lo importante que es ser comprensivos, generosos y acogedores ante los problemas de los demás. El dolor de “culpa” tiene utilidad en la medida en que podamos identificar estilos o criterios educativos que no hayan sido del todo acertados para cambiarlos si fuera necesario. También nos ayuda a recordar que cada época tiene sus retos educativos y que tenemos que actualizarnos continuamente como educadores. Pero también es importante recordar que nuestros hijos son libres y tienen la capacidad de tomar decisiones equivocadas a pesar de que les hayamos educado correctamente. No nacen con un “libro de instrucciones” y aunque por amor queramos educarlos bien, no siempre acertamos y no significa necesariamente que seamos “culpables” de algo. Es importante matizar bien el concepto de “culpa” para no caer en remordimientos paralizantes y estériles. Cuando el dolor de amor es el protagonista, será el gran motor para intentar con todas nuestras fuerzas que los hijos salgan adelante. Este amor de padre y de madre sabrá sacar provecho y aprender de los dos primeros dolores para concentrarse en salir adelante. Quizás no podemos evitar estos sentimientos pero siempre es posible comprenderlos para acabar siendo mejores padres.
Jokin de Irala